Daimiel
Viajé a la Mancha madre,
A olores conocidos,
Y a la velocidad de la luz
Arrastrado,
Por un túnel del tiempo.
Viajé a los muñones del árbol familiar
Que pude haber injertado en mi afán rural
En vez de plantarme en una Castilla ignota,
Pero siempre me arranqué las raíces
En mi empeño por volar.
Viajé a Zuacorta madre
Que no sé si existió
Como los auténticos cangrejos de rio,
A julios interminables en la huerta
O la Motilla de Azuer
Que tampoco hallé,
Al sol encalado en paredes desconchadas
De casillas convertidas en chalets,
Y a las aguas heladas del acuífero
Donde aprendí a no ahogarme,
Y que maduraban los higos más dulces, ¡verdad!
No me acuerdo de que era el único niño,
Ni de que mi amigo, el mochuelo, se fue.
Viajé a los veranos de mi infancia, madre
Persiguiendo a las perdices y los grillos
En la campiña de tu pueblo
A los pichones en la azotea de tu hermana.
A un mundo de adultos incomprensible
Alrededor de un transistor a la hora de comer,
El estrés de mis tías por servir a los hombres
Sus enfados por orinarme en la alcoba,
En vez de aguantar los ojos brillantes
De miradas de monstruos de la Vía Láctea.
Mucho más amistosos, por cierto, que los problemas
Que ahora me atenazan también.
Viaje que hacía el agua, madre
De las lagunas de Ruidera
A las profundidades de tu tierra
De los ojos bien abiertos al Guadiana
Del pozo a la alberca
De la alberca a los surcos de arena,
Que con mi pequeña azada y la de mi tío
Mandábamos por infinitos caminos de cepas y olivos
Hacia las tablas de Daimiel rebosantes
Y quien sabe si a la muerte en la mar.
Viajé al terror a los nazarenos, madre
Que esta Semana Santa me cansan,
A los arrullos de los palomos ladrones
Que ahora encarcelan
A las carreras por San Pedro
Donde he aparcado la moto,
A la peseta que perdí en el empedrado
Asfaltado por la modernidad,
A los tres patios de tu casa
Que se ha hecho uno por ruina,
A las caleras y los majanos
Sustituidos por ladrillos y vallas metálicas,
A las migas y el pisto
Encorsetados en menús degustación,
A la siesta de padre a la sombra de un higueral
Que vendieron a otro de la capital
A los orgullosos majuelos de antaño
Crucificados en espalderas para las máquinas.
Viajé a tu paraíso perdido, madre
Donde fuiste una privilegiada
Lo vi en blanco y negro
En el museo de la casa-palacio de Don Fulano:
Los cangilones, la noria y las yuntas
Tropeles de gañanes trabajando para el señor,
Uno besaba la mano al cura de Santa María
Mientras le miraba sin resignación.
Yo mismo fui testigo en color:
Remolques atestados de vendimiadores
Desdentados y analfabetos cuando amanecía,
Nos calentábamos en la hoguera de sarmientos
Con vendas en las manos pegajosas
Braceando entre generosos pámpanos y la hoja afilada.
Enderezábamos la espalda alrededor de la hoya pero
El melón lo cortaban cada uno en su rincón.
¡Como sus padres carne humana! madre
De los simpatizantes o de los sublevados
En una matanza civil
De tu adolescencia trágica.
Viajé a otros sueños mozos, madre
A la rubia que me llevó a los pinos
Que emigró como los del hotel rural
A la discoteca y a la mayoría de edad.
Apenas te queda un sobrino, mi primo
Pero tranquila, me lo encontré y me ofreció su casa.
Regresé del pasado por los montes
Que nunca peregrinaste
Y observe desde un “balcón”
Tu llanura y las quimeras de Don Quijote.
La manchega casi centenaria no quiere viajar
¿Por qué me esperas levantada?
No te preocupes madre
El olvido es involuntario
Y tú tienes memoria y terquedad.
¿Temes encontrar el cuadro de tu tío?
¿Entre los dibujos de guerra de D’Opazo?
¿Por qué me preguntas?
Las calles rebosan de vida pero,
Los que conociste están muertos
Menos en tus vivos recuerdos
Como mis barbas enjalbegadas, mi motera y el presente
Para pensar, sentir y soñar, madre
¡Demos gracias! ¡La vida lo es todo!

Ricardo Ruiz de la Sierra
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[…] Artículo original publicado en el diario digital Cosas de un Pueblo: Daimiel […]