El día más feliz de mi vida


He activado la Unidad Central de Procesos (CPU), accedido a todos los ficheros de la memoria y del corazón, he aplicado un algoritmo de selección y he obtenido una serie de días que pudieran ser los más felices de mi vida.
Tengo que escoger uno solo y profundizar en él. Para ello avivo todos los recuerdos para elegirlo. Hago una primera selección: el día de mi primera comunión, el día que participé en la olimpiada de Matemáticas, el primer beso a Nieves, el día de nuestra boda, los nacimientos de mis hijas, sus comuniones y sus bodas; no puedo olvidar las dos veces que he sido abuelo. En este primer apartado, de pronto, incluyo el Viernes de Dolores.
En una segunda acción, por mucho esfuerzo que hago, no puedo elegir un día solo y me decido por dos: el primer beso a Nieves y el Viernes de Dolores.
Permitidme que me salte las reglas de juego y me quede con estos dos días.
Los Viernes de Dolores, desde hace varios años, los primos Ramírez y las respectivas parejas celebramos una comida de hermandad.
El viernes pasado `coranovirus´ no nos ha permitido reunirnos. La morriña que tengo desde hace cinco días es superlativa pero me ha llevado a comprender que las cosas sencillas, rodeadas de mucho cariño, nos llenan, sin darnos cuenta, de una felicidad inimaginable. La sonrisa con que nos miramos, el abrazo de cariño al vernos, la alegría al brindar, los aplausos a cada plato y los comentarios sobre los más golosos en los postres, logran que se pueda flotar en el ambiente.
La despedida no es triste ya que se enciende la esperanza de repetir al año próximo.
El primer beso que nos dimos, Nieves y yo, fue el 14 de febrero de 1971; pasión contenida, mucho cariño, máximo respeto, muchas promesas encerradas en él. ¿Qué tuvo para ser el día más feliz de mi vida? El volcán que hubo después, los vaivenes de cuarenta y nueve años, el vivir días tristes y gozosos; la paz interior, la rutina y la esperanza de repetirlo cada día, semana y mes de este año y de los venideros.
Antonio Sanjuán

