El sufrimiento



Ricardo Ruiz de la Sierra
“La vida te acorta, te poda, te quita, te rompe, te desilusiona, te agrieta … hasta que solo en ti queda AMOR”. Berth Hellinger
Cuanta verdad hay en estas dolorosas palabras. Que conocimiento de la vida y la condición humana. Tenía que grafitearlas en las paredes de todos esos centros de terapia espiritual que sacan las perras a los tristes burgueses en busca de paz. Como aquel rico que preguntó a Jesús y se fue cabizbajo por no estar dispuestos a desprenderse de las riquezas, la vanidad y el egoísmo. Ya lo decían los filósofos Ortega y Gasset: “Somos náufragos de por vida”, Santiago Beruete “la decepción está en la vida”, nuestros padres “la vida es dura” o ahora, en semana santa, el evangelio “la vida es una senda estrecha y empinada”.
El dolor físico es un síntoma de un desajuste biológico pero la enfermedad imposibilita de realización personal del individuo. El sufrimiento es algo más complejo: es la carencia de bienestar físico o mental. Todos sentimos impotencia ante el sufrimiento propio o ajeno, sobré todo el de los más débiles o inocentes, pero, hay algo misterioso en él, de sentido contrario al paternalismo, suele abrir la puerta a un crecimiento personal si no nos mata antes. Yo siempre he dicho que la vida está muy bien calculada porque todos partimos bastante zarandeados de este mundo, con las manos llenas de obras, pero también de dudas, cuando lo que importa es lo grande, de comprensivo, que sea nuestro corazón. Lo único que quedará entonces es el amor que atesoramos poco a poco en el alma, monedas de un metal distinto del oro “que se pudren sin no se dan”, (decía Machado). Como la llama de una vela que no mengua al compartirla para encender otras.
El azar de la vida o Dios calculan que el que no tiene demasiados problemas físicos se los cree su mente (miedo a sufrir), el que no sufre no madura, el que no se desilusione no vive, el que no se indigne con la injusticia no ama, el que no muera a sí mismo no da fruto. Quizá el niño que desaparece en el Mediterráneo no sepa lo que es la muerte como decía Ramon y Cajal. En la vida la peste siempre entra, por la caridad o por el egoísmo. Aunque pretendamos ponernos a salvo, hacer la vida predecible o ponerle un precio ella se muestra cruel, incierta y esquiva una y otra vez. No se trata de ser un superviviente sino un hombre digno en todo momento. Dejar de mentirnos para ser más sabios, aunque suframos más por amar más. En este valle de lágrimas sólo se puede aspirar a sufrir sin desesperación y si nos preguntamos el por qué, a la serenidad interior, a ser paciente, a estar tranquilo, a tener esperanza. Los instantes de felicidad o los momentos de fraternidad son como las estrellas fugaces que duran poco y no sabemos cuándo vienen. Hay que soltar cargas materiales, vaciar la mochila de deseos y de expectativas, lo único que necesitamos para el camino es empatía y solidaridad. El amor nos hará humildes para dudar si hay justicia o consuelo divino, pues solos no podemos ahondar en el misterio del dolor ni encontrar el sentido pleno a la vida humana… un hecho físico-químico consciente.

