Fragmentos


En este momento de mi vida no quiero casi nada. Tan solo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos.
En ocasiones rescato fragmentos de mi infancia que he reescrito en mi memoria, detrás de un velo de felicidad que inunda mis recuerdos. Recuerdo cómo fui, y siento que nunca cambié. Me veo a mí mismo siendo un niño con los gestos que he adoptado después de tantos años.
Me cuesta recordar los momentos en los que sentí lo que era el dolor. El miedo de tres caricias descuartizadas en una pausa o la lucha contra el tedioso desquite de un resentimiento pasajero no son más que finas capas de momentos olvidados. Cuando vuelvo a ellos, con un acercamiento asustadizo, los veo emborronados, perdidos en un caótico estante que nunca me atrevo a ordenar. Es por eso que por mucho que mi vida cambie, el dolor es el mismo. Porque no me acostumbro a él, porque no quiero acostumbrarme. Uno se curte a lo largo de los años y se agrieta en cada risa de domingo por la tarde. Debajo de la dureza de mi corazón sigue naciendo mi carne virgen, dejándome llevar cada vez que alguien me da la mano y respondo con un abrazo, cada vez que el calor se mitiga con una brisa fresca, o cuando vuelvo a ver las fotos de aquellos momentos que son más felices en mis recuerdos. Por eso a veces tengo la necesidad de parar, porque cada vez que me quedo en silencio escucho mis latidos confirmándome que estoy vivo. En este momento de mi vida no quiero casi nada, porque he aprendido que quererlo todo supone sacrificar lo que más quieres. Así que viviré tranquilo, dejando que el dolor me tome por sorpresa, porque esa es la única forma de recordar que todavía me quedan motivos para sonreír: tan solo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos.
Gabriel García de Durango

