LA NUEVA ANORMALIDAD


 

Ricardo Ruiz de la Sierra

Empiezo a tener miedo de salir a la calle, “síndrome de la cabaña”, pero no por el covid 19 sino por la gente y su “antipatía social”. Hay muchos “policías de barrio” (antes eran de balcón) que han continuado durante la nueva normalidad la presión asfixiante de los cuerpos de seguridad del estado durante el confinamiento. En varias ocasiones me tomaron los datos muy enfadados por transitar una calle paralela a la mía con el fin de que mi perro no hiciera sus necesidades en medio de la acera. Ahora cualquier viandante se cree con el derecho a reprenderte por no llevar la mascarilla haciendo footing o ejercicio en un jardín solitario (muchos con falta de educación), cualquier guardia jurado o empleado se creen con la autoridad para darte una orden, echarte de un local o acto público. Incluso de reducirte por la fuerza, como se ve en los videos de las redes sociales. Me recuerda a la violenta represión de los ciegos en la epidemia que imaginó Saramago porque desconfiaba del ser humano. Hace poco estuve a punto de no entrar a un concierto con un aforo permitido ridículo, imposible de compensar económicamente al excelente grupo, por un bedel municipal que se tomaba las instrucciones demasiado rígidamente y con actitud de portero de discoteca (él si cobraba todos los meses lo mismo). Las instrucciones anti-covid por megafonía en el cine, el Aquapark o la sala de cultura resultan ya cansinas. Esto cada vez se parece más a un estado policial en vez de a una gripe sin vacuna bajo control en Europa (en el 2019 murieron 6.300 personas de gripe a pesar de la campaña de vacunación). El necesario distanciamiento, el pánico de algunos, pero sobre todo la intransigencia de los que ya tenían el síndrome del “policía urbano” antes de este aviso de la naturaleza están haciendo mucho más difícil que intentemos recobrar la relación social y la economía. Estos últimos siempre se han creído buenos ciudadanos y te llamaban la atención desde la acera por saltarte al volante un “ceda al paso” sin poner en peligro a nadie. Siempre he pensado que esta sociedad educa para que seamos obedientes y cumplamos las normas no para que desarrollemos el espíritu crítico y las cuestionemos (como la ley de “la solución final” de los nazis).

Los epidemiólogos hablan de que con los hábitos higiénicos y de seguridad antiviral adquiridos es muy improbable que se dé un rebrote de las características del primero: con transmisión comunitaria exponencial. Fernando Simón niega que haya una segunda oleada. El número de nuevos positivos es de momento aceptable, refleja falta de rastreadores de los nuevos brotes y que se realizan muchos más test. Además, la mayoría son jóvenes asintomáticos o con síntomas leves (muy pocos ingresos en UCI). Esto se debería tener en cuenta a la hora de limitar tanto los horarios y los aforos de los locales del ocio nocturno, no les dejan vivir o, al menos a la hora de prohibir a los chicos hacer botellón al aire libre.  Algún sanitario, sin embargo, parece del Opus Dei pretendiendo que los jóvenes no salgan de fiesta y se recluyan en casa a rezar. También he escuchado a varios políticos intentar sembrar el miedo entre la juventud, uno condenaba a una muerte segura a unos cuantos y otro les calificaba de delincuentes contra la salud pública. La ignorancia es atrevida. Parece que lo primero que se afecta en una epidemia es el sentido común. Se diría que el poder y su milicia civil quieren controlar como en los sesenta a los melenudos yeyés o en los ochenta a los del pelo teñido de la movida. La juventud siempre ha sido rebelde y los mayores siempre la han criticado, síntoma de que se hacen viejos, pero no es más “faltona” que ellos. El reproche de “falta del respeto” lo utiliza la gente con tanta facilidad que cabe cualquier cosa incluido lo que no les gusta.

Esta enfermedad viene de que el ser humano “desarrollado” ha metido sus narices en todos los ecosistemas del planeta, sin el menor respeto, por su consumismo desaforado. Dentro de la desgracia que supone esta pandemia en vidas y secuelas, sobre todo para los más mayores, es de las más benignas que podíamos padecer debidas a nuestra propia necedad: ébola, gripe aviar, guerras, accidentes nucleares o químicos (que afecta a todas las edades), desigualdad y revueltas por el capitalismo salvaje, subida de los océanos, incendios, zonas desertizadas consecuencia del cambio climático que provocan las migraciones masivas y miles de muertos sin un féretro para despedirles, etc.

Ya digo, prefiero quedarme en casa antes que porfiar tan a menudo con desconocidos. Lo malo es que mis amigos tampoco quieren venir a mi casa (estamos cerca de la edad de riesgo). El miedo es libre. Menos mal que todavía mucha gente se atreve a volver a la relación afectiva de cercanía con responsabilidad y la mayoría de los jóvenes salen con sus amigos y amigas con cuidado para no propagar el virus (las excepciones ya se encargan de ponérnoslas en los móviles). Yo creo que casi todos los abuelos prefieren correr algo de riesgo antes que no ver a sus nietos o verles infelices pegados a los móviles, todavía más, conectados online solo, a sus amigos.

Tampoco se trata de sobrevivir cien años encerrados y solos ¡O si!

 

 


Ricardo Ruiz de la Sierra

Ricardo Ruiz de la Sierra, es un escritor que empezó a escribir movido por su inquietud humanística y el interés hacia la espiritualidad y colaborador de medios tan prestigiosos como el periódico “ABC” y diversas publicaciones en cartas al director en “El Mundo” de Valladolid y “El Norte de Castilla”, actualmente coordinador de las jornadas literarias de Ateneo Escurialense.

1 respuesta

  1. magda brown dice:

    Muy bien dicho Ricardo, muy acertado. Desgraciadamente, toda esta reflexión va a ser desatendida por una mayoría – para nada silenciosa,que en su ignorancia confunde churras con merinas con una frecuencia que raya en la peligrosidad. La confusión, por lo demás, es simple: la libertad no tiene carta de naturaleza si no va de la mano de la responsabilidad.

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