Luto por el coronavirus



Ricardo Ruiz de la Sierra
Indudablemente el luto oficial por los fallecidos con coronavirus es un reconocimiento necesario a las casi treinta mil víctimas de la pandemia en nuestro país. Durante los dos meses de dura batalla acaecida en los hospitales y del resignado confinamiento de la población en sus domicilios no se les pudo despedir, ni sus más íntimos allegados, como se merecen. Hay que homenajearlas y recordarlas siempre. Seguro que además particularmente cada uno está preparando con los familiares y amigos un funeral “inmemoriam”.
Parada la propagación exponencial y adquiridos los hábitos de bioseguridad ya es hora de activar los sectores económicos porque mucha gente lo está pasando muy mal (se ha multiplicado por tres los que acuden a los bancos de alimentos). En mi opinión el posible rebrote del racionamiento de la posguerra y el paro del 2008 deben temerse más que los lógicos focos puntuales del covid19 al volver a la calle, aunque la circulación del virus sea baja. Sin embargo, como en teoría el noventa y cinco por ciento todavía podemos contagiarnos hay personas que están muy asustadas y, no están de acuerdo con una desescalada que haga posible una recuperación en “V”. Sobre todo, jubilados, pensionistas o funcionarios que han cobrado todos los meses lo mismo o que incluso han ahorrado durante la crisis. Algunos de estos, si se atreven a salir a la calle están pendientes de si los demás llevan la mascarilla, los guantes o guardan la medida de distanciamiento social (que a veces parece de antipatía social que ya ejercían desde el balcón). Junto a los medios atemorizan a muchos jóvenes que tienen que salir al sol a sintetizar vitamina D, oxigenar la mente, fortalecer sus músculos o el sistema inmune con otros virus y bacterias. Si ocho de cada diez fallecidos tenían más de setenta años y el grupo de riesgo son mayores de sesenta con patologías previas, no entiendo porque los colegios siguen cerrados y los padres no vuelven a trabajar (el teletrabajo no debe quedarse, nos priva de lo más beneficioso del mundo laboral: la relación afectiva con los compañeros y clientes). Junto a cantidad de buenos ejemplos de solidaridad de sanitarios y voluntarios también asistimos otros de hipocresía. Algunos que no iban a ver a sus padres a las residencias de ancianos piden indemnizaciones por falta de asistencia sanitaria cuando en una UCI sobrepasada lo normal es priorizar quien tiene más posibilidad de salvarse. Otros que, como es compresible, deseaban que una enfermedad se llevara a sus ancianos perdidos por el alzhéimer piden la baja laboral por estrés postraumático. Muchos que siguen cobrando del estado no quieren ir a trabajar para levantar el país con la excusa de un familiar de riesgo o porque no se cumplen todas las “garantías de seguridad” exigidas por los sindicatos (garantizar solo lo hace un fabricante y por un periodo corto de tiempo). Ellos prefieren una recuperación en “U” con vacuna y posible ruina económica.
En vez de unirnos extremando las debidas precauciones sanitarias para recuperar la economía acrecentamos nuestro individualismo y, los partidos y sus simpatizantes piden responsabilidades políticas al gobierno por los errores llenos de crispación. ¿Pero, en qué mundo creemos vivir? ¿Es que no hemos reflexionado nada durante la cuarentena? Los familiares de los jóvenes que mueren todos los días en el mediterráneo ni siquiera reciben sus cenizas. Parece que a los ricos y los pobres no nos iguala la muerte sino la imposibilidad de pompas fúnebres. Los más viejos, que vivieron una guerra, saben que la vida es dura y no temen a la muerte (eso dijo una anciana en la televisión). Los demás seguimos creyéndonos inmortales y con derechos universales (como prometa un político populista seguros de vida para no morir seguro que alguno le votaba). Enterémonos de una vez: ningún sistema sanitario está preparado para una pandemia de este tipo (en otra a lo mejor lo que necesitan son máquinas de diálisis renal), todos los sanitarios vocacionales saben desde que eligieron que son población diana ante cualquier enfermedad infecciosa y ningún papa-estado nos va a salvar de una catástrofe de esta índole o del tipo terremoto, meteorito, accidente nuclear o cambio climático ni va a subvencionar indefinidamente la economía o a pagarnos la hipoteca o el alquiler.
Asumamos de una vez la vulnerabilidad de la vida humana y la incertidumbre de la realidad, no creemos una nueva religión con la fe en las ideologías, los servicios sanitarios o los estados del bienestar, pero sobre todo que el covid19 nos haga cambiar (significado de convertirse), a otro estilo de vida para bien de nuestros hermanos del sur, nuestro planeta y nuestro propio bien. Un crecimiento en uve minúscula” V “. La conversión nunca es auténtica si se hace por miedo.
MAYO 2020


Estupendo y certero artículo de Ricardo Ruiz de la Sierra.