Mi guardián


Mi guardián
Ángel de la guarda, quería hablar contigo desde hace tiempo, pero creo que ahora que voy a morir, es el momento correcto. Recuerdo que desde pequeño pedí tu protección: la primera vez que monté en bicicleta, la primera vez que tuve que estudiar para un examen, la primera vez que quise un juguete caro. Te pedía tu protección. Y con los años crecí, y con ello mi idealismo. Y cada noche hablaba contigo, y te pedía que me protegieras en mi primer beso, en mi primera fiesta, en mi primera poesía. Y cuando llegó lo malo seguí pidiéndote tu protección, en la primera muerte, en mi primera entrevista, en mi primera relación. Y cada vez lo hacía con menos ilusión. Pero lo seguía haciendo, cuando me casé, cuando tuve hijos, cuando invertí mal mi dinero.
Y al final lo que mejor recuerdo de mi vida es aquella caída de la bicicleta, aquel primer suspenso, aquel juguete defectuoso, aquel rechazo amoroso, aquél coma etílico, aquella poesía desastrosa, aquél velatorio caótico, aquél despido, aquella ruptura, aquél divorcio que me partió en dos, aquél hijo que dejó de hablarme, aquella ruina que dura hasta el día de hoy.
Y hoy en mi lecho de muerte me acuerdo de ti, de cuando dejé de pedirte cosas porque nunca me diste ninguna. Si hay algo después de la muerte, espero encontrarme contigo, porque te vas a enterar. Ahora ya no te rezo. Ahora solo rezo porque exista cielo e infierno para poder buscarte donde sea, y darte lo que te mereces. Mas te vale no existir, más te vale no tener lo huevos de existir, porque entonces estás perdido. Te buscaré, te encontraré, y te lo haré pagar. Más te vale no existir, porque si lo haces, estás perdido, santisimo hijo de la gran puta.
Gabriel García de Durango

